1983
La Plata
X-Wing
Daniel tiene catorce años. Cada semana va al Cervantes o al Select a ver alguna película de las que no pasan en otros cines. Ya ve Blade Runner, The Wall, Estados Alterados, varias de Bergman y Bertolucci.
Después de alguna de esas funciones, camina por el centro de La Plata y pasa casi sin pensarlo por la puerta del local de juegos electrónicos que Caritas regentea en la calle 50. Su nuevo gusto por el cine lo había apartado de ese lugar, pero una buena porción de tiempo libre, y algo de nostalgia, lo impulsan a entrar.
Allí están los vehículos mecánicos, cerca de la puerta, para atraer a los más chicos. Hay un pequeño local de libros de saldos arrinconado hacia la derecha. Vuelve a ver, un poco más adentro, la imponente cabina del Periscope de Sega, y se da cuenta de que, si quisiera jugar ahora, ya no necesitaría el banquito para llegar a la mirilla. Cerca del centro, el local se agranda un poco. Están las familiares mesas de hockey y, hacia la izquierda, una zona alargada donde se alinean los flippers.
De pronto, algo le llama la atención: una máquina nueva, que nunca ha visto. Es una cabina en la que uno debe sentarse, con una pantalla en el interior, un mando parecido al timón de un avión y en el exterior un logo amarillo y rojo que lo maravilla: Star Wars, de Atari.
Compra unas fichas, se sienta en la cabina y se transporta a los mandos de un X-Wing. La experiencia dura unos pocos minutos, pero los gráficos vectoriales y el sonido primitivo, aunque envolvente, capturan su pasión y su intelecto para siempre. El mundo de los videojuegos vuelve a su vida y sabe que nunca más podrá abandonarlo.
Daniel Contarelli
Esta memoria forma parte de nuestro proyecto "Memoria del juego" y está publicada en el libro.